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Reyes y sacerdotes para Dios



Dice así la Palabra del Señor:


Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1.5–6 RVR60)


No sé si usted alguna vez se ha preguntado qué significa que nosotros como creyentes hayamos sido hechos reyes y sacerdotes para Dios. Quizás podríamos dilucidar y entender este pasaje mirando a los reyes y a los sacerdotes de la antigüedad. Pero el hecho más importante tiene que ver con que cuando nos convertimos fuimos hechos hijos de Dios, por así decirlo, “copias” del Señor Jesús, pues nos llama hermanos en Hebreos (Hebreos 2.11–12). Y al ser imitadores de nuestro Señor (Efesios 5.1), no podemos ser de otra forma, ya que Él es el Rey de reyes y Señor de señores que heredó más excelente nombre que todos (Hebreos 1.4) y está sentado a la diestra de Dios Padre sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero (Efesios 1.21 RVR60). Además, Él es sacerdote, no según el orden levítico, sino según el orden de Melquisedec (Hebreos 5.10). En otras palabras, nuestro Señor Jesús es rey y sacerdote al mismo tiempo.


Un rey gobernaba sobre sus súbditos y era el regente sobre una porción de tierra definida. Por lo general era quien comandaba los ejércitos de un país cuando salían a la batalla. Además debía velar por el bienestar de su pueblo, así como hacer juicio sobre situaciones que le presentaban sus súbditos. Por su parte, los sacerdotes levitas estaban a cargo del cuidado del templo y sus utensilios, de oficiar los sacrificios y las celebraciones dadas por Dios a Moisés, entre otras cosas. Pero ¿y cómo se relaciona esto con nosotros?


Cada uno de nosotros debemos ser reyes de nuestra carne, gobernar sobre nuestros apetitos carnales, para que estos no nos gobiernen a nosotros. Solo podemos señorear sobre nosotros mismos, porque bien dijo el Señor:


Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. (Marcos 10.42–44 LBLA)


Ahora, en cuanto al sacerdocio, cada uno de nosotros debe cuidar del templo de su cuerpo, porque en él mora el Espíritu Santo (1 Co 6.19), no solo en lo físico del sustento y eso, sino también en a qué cosas exponemos nuestro cuerpo (espiritualmente hablando), por ejemplo, ¿qué ponemos delante de nuestros ojos?. Una característica importante de los sacerdotes, era la siguiente: Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la instrucción de su boca, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos (Malaquías 2.7 LBLA). ¿Cómo es nuestro hablar? ¿Somos buenos sacerdotes? ¿Estamos llenos de la Palabra de Dios? ¿Se nota que somos creyentes al hablar?


Hermanos, tratemos de ser reyes y sacerdotes conforme a lo que Dios nos demanda y no a lo que nosotros pensamos que debe hacerse. Y procuremos ser como nuestro Señor Jesús en todo.




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