Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. (Salmo 39:6)
Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. (2 Corintios 8:9)
Aparentar, mostrar la mejor cara, no es sinónimo de una gran riqueza interior. Muchas personas viven obsesionadas por su apariencia, y a menudo nuestra sociedad incentiva tal comportamiento. En efecto, ostentando algunos rasgos externos de riqueza, o un hermoso lenguaje, cada uno trata de mostrar una hermosa apariencia. Pero la Biblia declara: «El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón» (1 Samuel 16:7).
En contraste con esto está Aquel que se hizo pobre. Se trata de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien se hizo hombre y aceptó ser pobre entre los pobres. La Biblia dice de Él, incluso antes de su venida a la tierra: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos» (Isaías 53:3). Sin embargo, su pobreza voluntaria nos interpela: «Se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos».
Su muerte en la cruz enriquece a todos los que lo aceptan como su Salvador. Desde entonces tienen la vida eterna que Dios les da, y la esperanza de estar un día con su Salvador en el cielo para compartir su gloria.
Fuente: La Buena Semilla
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