Fuente: La Buena Semilla
El que ama el dinero, no se saciará de dinero. (Eclesiastés 5:10)
El dinero permite comprar muchas cosas, pero no lo fundamental. Nos permite conseguir el alimento, pero no el apetito, los medicamentos, pero no la salud, conocidos, pero no amistades, momentos agradables, pero no la paz ni la felicidad. A tal conclusión podemos llegar cada uno de nosotros, pues es muy lógico.
La búsqueda de la felicidad es universal. Algunos la buscan en el poder, otros en las adicciones, en los placeres sexuales o de otro tipo, otros incluso en un trabajo apasionante, y muchos en la posesión de las riquezas. La sociedad de consumo en la que vivimos alimenta la ilusión de que el secreto de la felicidad está en poder comprar todo lo que queremos y obtener todo cuanto deseen nuestros corazones.
Sí, es cierto que se necesita un mínimo de dinero para sobrevivir en este mundo, pero también es verdad que lo esencial no se puede comprar, como se dijo al principio. ¿Dónde podemos comprar la paz interior, la liberación del sentimiento de culpa, o la seguridad sobre el más allá? En ninguna parte. No obstante, la buena noticia es que Jesucristo ofrece gratuitamente esas riquezas que no se pueden comprar. Para ello hay una condición: aceptar que Jesús sea el Salvador y Señor de nuestra vida.
Entonces, dejemos en sus manos todas nuestras necesidades. La paz que Jesús da y las promesas que nos hizo en su Palabra son verdaderos valores, valores duraderos. Pertenecen a todos los que dan el paso de la fe.
Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. (Lucas 12:29–31)
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