O aquellos dieciocho (hombres) sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. (Lucas 13:4–5)
Se durmió al volante en una autopista. Su automóvil chocó contra el carril central, giró en sentido contrario, dio una voltereta y al final se detuvo en un costado de la vía. El vehículo quedó irreconocible, pero el conductor salió ileso, desconcertado, pero sin ningún rasguño. Los bomberos que acudieron al rescate solo pudieron decir: ¡Se salvó de milagro! ¿Por qué salió ileso? ¿Por qué no pereció en tan aparatoso accidente? Por suerte, dirá alguno. Pero, ¿no sería más bien la paciencia de Dios que le prestó algunos días más para que tenga la posibilidad de volverse a Él?
Semejante circunstancia, ¿no debería llevar a cada uno de nosotros a preguntarnos sobre el verdadero sentido de nuestra vida? ¿Por qué estoy en la tierra? ¿Qué es lo realmente importante? Dios le da tiempo a cada uno para que experimente un milagro de un valor incalculable: conocer a Jesucristo como Salvador, y comenzar así una relación indestructible con Él. No dejemos pasar esta oportunidad.
El Señor Jesús vino para quitar el pecado que nos separaba de Dios (Hebreos 9:26). Mediante su muerte en la cruz borró los pecados de todos los que creen en Él. Así, todos los que aceptan a Jesucristo como su Salvador son «un milagro». No solo escapan de la muerte eterna, que es la separación completa y definitiva de Dios, sino que comienzan una relación viva y feliz con Dios como su Padre.
¿Quiere usted experimentar eso? ¡Venga a Cristo hoy mismo!
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