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Seguir al dueño



Y al mandato del Señor acampaban, y al mandato del Señor partían; guardaban la ordenanza del Señor según el mandato del Señor por medio de Moisés. (Números 9.23 LBLA)


Cada vez que leo este versículo trato de imaginar la escena y me quedo pensando, ¿los israelitas estarían mirando frecuentemente la columna? ¿Solo estaba al pendiente Moisés y luego hacía tocar las trompetas de plata? La verdad es que estas preguntas recién podré conocerlas cuando esté en la presencia del Señor.


Una manera gráfica para entender esto podría ser que mirásemos una exhibición canina en donde demuestran la destreza del perro y la obediencia a su amo. Seguro que el perro ganador de un certamen así tras la orden de su dueño, el canino hacía cuando le estuvieran mandando a hacer. Es típico ver como estos animalitos después de terminar cada ejercicio, se sientan a los pies de su amo o se ponen al costado de los mismos, esperando más indicaciones.


La atención cuidadosa de estos perros a la instrucción de sus dueños grafica muy bien devoción que Dios deseaba que su pueblo Israel tuviera hacia Él mientras lo seguía en el desierto. El Señor lo guiaba de una manera singular: su presencia aparecía en forma de una columna de fuego en la noche o de una columna de nube durante el día. Y tal como vemos en el versículo del encabezado, si la nube subía, quería que su pueblo se trasladara a otra zona. Si descendía, debían quedarse donde estaban.


Los israelitas cumplían con esta práctica día y noche, independientemente del tiempo que tuvieran que permanecer en un mismo lugar. Porque tenemos que entender que Dios no solo los estaba probando, sino que los guiaba hacia la tierra prometida (Números 10.29). Él quería llevarlos a un lugar mejor y esperaba que su pueblo le siguiera como aquel perro entrenado seguiría a su amo. Lo mismo sucede con nosotros cuando nos pide que lo sigamos, desea guiarnos a un sitio donde nuestra comunión con Él se profundice. Su Palabra nos asegura que el Señor es amoroso y fiel al guiar a aquellos que le siguen humildemente.


No sigamos el ejemplo del pueblo de Israel, que una y otra vez desearon volver a su cautiverio y que una otra vez murmuraron contra Dios, porque no les gustaba lo que Dios les proveía mientras peregrinaban por el desierto. Aprendamos mejor del ejemplo de nuestro Señor y Salvador Jesús, quien nunca hizo su voluntad, sino que obedeció a «su amo», pues Él nos declaró:


Y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. (Mateo 20.27–28 LBLA)


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