Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? Decid que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá. Fueron, y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron. (Marcos 11:1–4)
En los cuatro evangelios se nos relata la llamada: entrada triunfal del Señor Jesús a Jerusalén, días antes de ser crucificado. En los versículos del encabezado, se nos presenta un pollino, el cual es un asno joven, como el animal que transportó al Señor. Esto era parte de la profecía que encontramos en Zacarías 9:9, la cual anunciaba que el Señor habría de entrar a Jerusalén montado sobre un animal de carga.
En muchos aspectos, este animalito se asemeja a nosotros los creyentes. Primeramente, porque estaba atado, ya que no era libre y alguien dominaba sobre su vida. Antes de ser salvados, éramos esclavos del pecado y estábamos bajo el gobierno del maligno, el cual es un amo cruel (Juan 8:34; Efesios 2:1–3). Entonces, Dios nos hizo libres a través de su Hijo Jesucristo. Nos libertó de las ataduras del pecado y de aquel amo cruel (Hebreos 2:14–15). Y en segundo lugar, nos parecemos a este animalito en nuestra porfía.
Todos los cristianos, pasamos a ser propiedad de aquel que nos compró, esto es, de nuestro Señor Jesús (1 Corintios 6:19–20). Sin embargo, y al igual que los asnos, somos tercos, siempre queriendo hacer nuestra voluntad, e incluso, algunas veces, deseamos volver a vivir en la esclavitud del pecado de la que éramos prisioneros, comiendo algarrobas cuál hijo pródigo.
Mis hermanos, nuestro Señor debe estar sentado sobre nosotros, me refiero a que es necesario que nos humillemos delante de Él, y que le dejemos guiar y gobernar nuestras vidas. ¡Cuánto desea hacer lo mismo con nosotros! Porque Jesucristo se tiene que sentar sobre el pollino de nuestras voluntades. Así que, hermanos, permitamos que el Salvador se siente sobre nuestros corazones, voluntades y vidas, tal como lo hizo con aquel pollino. Dejemos atrás aquella carne indomable con sus pasiones desordenadas, y entreguemos nuestra vida a Cristo, para que seamos semejantes a aquel pollino, manso y obediente que se dejó guiar por el Señor.
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