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Ser luz y sal del mundo



Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. (Mateo 5:13–14)


En este pasaje, Jesús nos llama a ser «sal» y «luz» del mundo. Ambos conceptos tienen un profundo significado espiritual y práctico para nuestra vida cristiana. Al entender lo que el Señor nos pide, podemos vivir de una manera que refleje su carácter y propósito en nosotros.


La sal tiene dos funciones principales: dar sabor y preservar. De la misma manera, los cristianos somos llamados a dar «sabor» al mundo con el carácter de Cristo y preservar la verdad y la justicia en una sociedad que tiende a la corrupción moral y espiritual. Si la sal pierde su sabor, se vuelve inútil, y el Señor Jesús nos advierte contra la ineficacia espiritual. En Colosenses 4:6, se nos recuerda: «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno». Aquí se nos exhorta a que nuestras palabras y acciones reflejen el amor y la verdad de Cristo, siendo una influencia positiva para aquellos que nos rodean.


El Señor Jesús también nos llama a ser la luz del mundo. La luz ilumina y guía, y nosotros, como seguidores de Cristo, somos llamados a reflejar su luz en un mundo lleno de oscuridad espiritual. No podemos esconder nuestra fe; más bien, debemos vivir de manera que nuestras buenas obras glorifiquen a Dios (Efesios 5:8). Nuestra transformación en Cristo nos llama a caminar como hijos de luz, es decir, viviendo de manera justa y piadosa en medio de un mundo necesitado de dirección.


Ser sal y luz no solo se trata de lo que decimos, sino de cómo vivimos. Nuestro testimonio debe estar alineado con el carácter de Cristo, de manera que nuestras vidas reflejen su amor, justicia y verdad. Somos llamados a marcar la diferencia y vivir conforme a la voluntad de Dios. Por eso su Palabra nos dice: «Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras» (1 Pedro 2:12). No debemos olvidar que nuestra vida piadosa es un testimonio poderoso que puede conducir a otros a glorificar a Dios.


El llamado a ser sal y luz no es fácil. Vivimos en un mundo que a menudo se opone a los principios del reino de Dios. Sin embargo, debemos perseverar, confiando en el poder del Espíritu Santo, para que nuestras vidas brillen con la luz de Cristo. ¿Estamos verdaderamente cumpliendo este llamado? Pidamos al Señor que nos fortalezca y guíe para que nuestras vidas reflejen su gloria y lleven a otros a conocerle como Salvador.

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