Un muy querido hermano y buen amigo publicó en su cuenta de Facebook lo siguiente:
El que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. (Mateo 10:38)
Interesante ver Facebook repleto con frases de distinguidos predicadores de ayer y hoy… me pregunto ¿cuándo se atreverán a escribir sus propias conclusiones, con sus propias palabras nacidas de su propia relación con Jesús? Estoy seguro, que desde el cielo esperan que al fin te atrevas a dejar de citar y seguir a los predicadores de ayer y hoy, para que te pongas a seguir tú mismo a Jesús. Toma tu cruz y deja las cruces prestadas para seguir a Cristo.
Esto que escribió me hizo pensar que, como seres humanos, fuimos creados para adorar únicamente a Dios; no obstante, como creyentes, algunas veces, tendemos a poner a los seres humanos al mismo nivel de Dios, siendo que Él nos dice en su Palabra: «Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo» (Isaías 45:5–6).
Permítanme dar un ejemplo de esto. Tal como decía este hermano, muchos hermanos citan a hombres de Dios, estudiosos de su Palabra, que tienen un cierto renombre; lo cual no es malo en sí, pero a veces se ponen las palabras o las enseñanzas de tal o cual hermano por sobre la Palabra de Dios, lo cual sí está mal. Es cierto que Dios usa a hombres y mujeres para edificar a su pueblo, pero eso no significa que debamos «deificar» a estos siervos de Dios, porque son meros hombres propensos al error, tal como nosotros. Y quizás no somos conscientes de que estamos haciendo algo como esto.
La Palabra de Dios dice dónde deben estar puestos nuestros ojos: «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2). No importa qué tan santo sea su pastor, o que piadosas sean las hermanas de su congregación, a quien debemos mirar, imitar y seguir es a Cristo, no a los hombres.
Mis hermanos, no importa qué tanto sepamos de Dios, qué tan santificados estemos en el Espíritu o cuantos años llevemos de creyentes, ninguno de nosotros es perfecto; el único ser humano perfecto fue nuestro Señor Jesús. Por esta razón es que ninguno de nosotros debería mirar a los que nos rodean para imitar, sino que nuestra mirada siempre debe apuntar a Cristo, es solo a Él a quien debemos mirar.
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