Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora. (Mateo 15.25–28 RVR60)
Aquella mujer sirofenicia obtuvo gran consuelo en su desesperación al tener grandes pensamientos sobre Cristo. El Señor había hablado sobre el pan de los hijos. No obstante, es como si ella le hubiera dicho: «ya que tú eres el Señor de la mesa de la misericordia, no solo eres generoso, sino que con toda seguridad hay abundancia de pan en tu mesa; es más, hay tanta abundancia para los hijos, que de seguro habrá migajas para arrojar al piso para que coman los perros».
Esta mujer creyó que el Señor tenía tanta abundancia en su mesa que todo lo que ella necesitaba no serían más que migajas que cayeran de la misma; aunque claro, lo que ella deseaba era que el Señor expulsara a un demonio de su hija, lo cual era algo no menor, sin embargo, tenía un concepto tan alto del Señor que lo que dijo en su mente fue: «Esto no es nada para Él, sino solo una migaja».
Este es el camino real al consuelo, porque si solamente tenemos pensamientos grandes acerca de nuestro pecado, esto nos llevará a la desesperación; mientras que si tenemos pensamientos grandes sobre Cristo, nos conducirán al refugio de la paz; de ahí que el salmista diga: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré» (Salmos 91.1–2 RVR60).
Aunque pensemos: «mis rebeliones son muchas y se multiplican cada día», para el Señor no significan nada y puede echarlas de nosotros sin problemas. O, por ejemplo, a nuestros ojos la culpa por nuestras maldades puede parecer como el pie de un gigante que aplasta a un gusano; sin embargo, no es más que un poco de polvo para el Señor; porque Él llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero (1 Pedro 2.24). Para nuestro Señor, el otorgarnos el perdón completo es una cosa pequeña, aunque para nosotros es una bendición infinita de recibir. Ojo, no estoy diciendo que el perdón sea algo mínimo para el Señor, porque tuvo un costo altísimo para Él, sino que en su Omnipotencia, lo que para nosotros parece imposible, para Él no significa nada, ya que Él mismo dice: «He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?» (Jeremías 32.27 RVR60).
Así que, hermanos, no dejemos que el peso del pecado, de la culpa o de las circunstancias que nos rodean nos hagan olvidar que para el Señor todo aquello no son más que solo migajas.
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