Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
(Santiago 5:12; 4:7)
Sí, no. Dos monosílabos, pero tanto el uno como el otro pueden tener un poder extraordinario. Por ejemplo, un «no» pronunciado resueltamente es un arma eficaz. Se ha comparado a una roca en el mar, que desafía y rechaza las olas de la intimidación o de la seducción, todas las formas que toma la tentación. Ese «no» a la carne y el pecado, en obediencia a la Palabra de Dios y en la oración que pide la fuerza de lo alto, es irresistible. Sepamos decir no a todo lo que es malo. Abraham rechazó los regalos envenenados del rey de Sodoma. José rechazó las propuestas censurables de la mujer de su amo (Génesis 14:22-23; 39:7-9).
Aunque también es importante decir «sí», pero al bien, a «todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable» (Filipenses 4:8). Es importante contestar afirmativamente cuando el Señor nos invita a seguirlo, pues es necesario responderle con el «sí» de la obediencia feliz.
Sí. No. La vida siempre tiene un lado negativo y uno positivo, resistencia y prohibición, por un lado, valentía y progreso por el otro. La táctica de Satanás siempre ha sido mezclar el bien y el mal para arrastrarnos lejos de Dios. El mundo ha venido a ser el mundo del ni sí ni no, el mundo de las mentiras, de los compromisos y de los términos medios. No obstante, hermanos, tal como dice el versículo del encabezado, que nuestra palabra sea clara, sin ambigüedades, para hacer entender los «sí» o los «no» que honran a nuestro Dios y manifiestan nuestro deseo de agradarle. No sigamos las ambigüedades del mundo y su amo Satanás. Digamos un firme «no» al pecado y la carne, y un gran «sí» a todo lo de nuestro Dios
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