Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores. (Salmos 34:4)
John Matuszak, era un jugador de fútbol americano que medía más de 2 metros de altura y pesaba 127 kilos. Su imagen pública era la de un jugador devastador, contundente, que tomaba mucho y que era una amenaza dentro como fuera de la cancha. Pero sus amigos sabían que no era más que un cachorrito suplicando que lo amaran.
Según Mark Heisler, periodista de Los Angeles Times, John Matuszak estaba «lleno de temores que no podía admitir». Cuando era niño lo ridiculizaban por su aspecto desgarbado y larguirucho. Además, tuvo dos hermanos que murieron de fibrosis quística. Por tanto, la imagen de tipo duro que John había creado era para él como una fortaleza donde se podía esconder. El problema es que quedó atrapado en ella, en donde su única vía de escape fue el alcohol y las drogas. Y después de años de abusar de ellas, John murió de un ataque al corazón a la edad de 38 años, en 1989.
La historia del rey Saúl se parece un poco a la de este hombre. Él también era alto, fornido, un imponente luchador, desde fuera proyectaba una imagen de un hombre rudo, sin embargo, estaba lleno de temores, los cuales lo dominaban y moldeaban su actuar. Temía de sus enemigos (1 Samuel 17:11; 18:15; 28:5), de David (1 Samuel 18:15) del pueblo e incluso de las palabras que le dijo el profeta Samuel (1 Samuel 28:20). El problema de Saúl fue que siempre trató de lidiar con sus temores usando y confiando en sus propias fuerzas en vez de acudir y buscar la ayuda del Señor, razón por la cual su vida terminó a destiempo (1 Samuel 31:4).
Y nosotros, ¿a qué le tememos? ¿Cuál o cuáles son nuestros temores? ¿Estamos yendo a la presencia de Dios para entregarle nuestros temores? El rey David también sufrió de temores, pero como leemos en el versículo del encabezado, encontró el perfecto refugio en Dios: «Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores».
No sigamos el mal ejemplo de estos dos hombres: John Matuszak y Saúl, sino que vayamos a los pies de Dios y dejemos aquellas cargas de temor que cargamos, pues Él nos hará descansar (Mateo 11:28).
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. (1 Juan 4:18)
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