Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras [énfasis añadido], las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:10)
Cuando se ama a alguien profundamente, existe un ferviente anhelo, no solo de pasar tiempo con el ser amado, sino también el compartir con esa persona un propósito común. De la misma forma, nuestro Dios nos ama y ansía nuestra participación voluntaria en sus gloriosos propósitos. Bien dice su Palabra: «¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?» (Santiago 4:5).
Aunque, claro, nadie es indispensable para Dios. Y si bien su Palabra es clara al decirnos que somos salvos por la gracia de Dios, tal como dice en Efesios 2:8–9 «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe»; no obstante, nos olvidamos (o deseamos hacerlo) que fuimos salvados por la gracia de Dios con el fin de hacer buenas obras para Dios (Efesios 2:10).
Además de lo anterior, su Palabra nos enseña que Dios ha planificado nuestras buenas obras con antelación para que cuando las realicemos, seamos vistos por Él como «colaboradores de Dios» (1 Corintios 3:9). Esto es algo que no puede dejarnos impávidos, me refiero a que el Dios creador, todopoderoso, quien no necesita de ninguna de sus criaturas, se digna a considerarnos sus colaboradores al hacer lo que Él nos encomendó. Frente a esta verdad deberíamos decir: «Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos» (Lucas 17:10).
Mis hermanos, Dios ha querido bendecirnos de manera particular para que hagamos las obras que Él preparó de antemano, porque le ha placido, también, bendecir a otros de manera singular por medio de cada uno de nosotros. Pues cada creyente tiene un trabajo particular que nadie más puede hacer por ti, mi hermano(a), porque son obras hechas a la medida para ti. Pero cuando hagamos las obras que Dios desea que hagamos, asegurémonos de darle toda la gloria a Él; porque tal como dijo el apóstol Pablo a los Romanos: «para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 15:6).
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