
Versión en video: https://youtu.be/Yi-LWqY3HU4
Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. (Proverbios 14:21)
En un mundo donde la indiferencia y el egoísmo son cada vez más comunes, Dios nos llama a vivir de manera diferente. Menospreciar a alguien no siempre significa rechazarlo abiertamente; a veces se manifiesta en la indiferencia ante su sufrimiento, en la falta de empatía o en la arrogancia de pensar que somos mejores. Pero el Señor nos enseña que la verdadera bienaventuranza se encuentra en la misericordia, en ese amor que no busca reconocimiento, sino que fluye de un corazón transformado por Dios.
La bienaventuranza que encontramos aquí nos revela un principio poderoso del reino de Dios: la verdadera felicidad no está en recibir, sino en dar (Hechos 20:35). Mientras el mundo busca la bendición en la acumulación y la autosuficiencia, Dios nos muestra que los bienaventurados son aquellos que reflejan su corazón misericordioso.
Ya vimos que el Señor Jesús nos enseñó en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Quien practica la misericordia no solo bendice a otros, sino que experimenta la bendición de Dios en su propia vida.
Ser misericordioso no es solo sentir compasión, sino actuar con amor y gracia. No se trata únicamente de dar algo material, sino de estar presentes para el necesitado, de ofrecer palabras de aliento, de ser instrumentos de paz y restauración. La bienaventuranza no es una recompensa terrenal, sino que es el disfrute de su bendición al andar en los caminos del Señor, reflejando su carácter en cada acción.
Si queremos vivir en la bienaventuranza que Dios nos promete, debemos preguntarnos: ¿estoy dispuesto a ver a los demás con los ojos del Señor Jesús? ¿Estoy dispuesto a extender misericordia, aun cuando no sea reconocido o correspondido?
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