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Un amor que no excluye



El diccionario de la RAE define exclusivo como:

1. adj. Que excluye o tiene fuerza y virtud para excluir.

2. adj. Único, solo, excluyendo a cualquier otro.

3. f. Privilegio o derecho en virtud del cual una persona o corporación puede hacer algo prohibido a las demás.


El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.  El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. (1 Corintios 13:4–8)


Sabemos a través del Apóstol Juan que Dios es amor (1 Juan 4:8). Mientras que Pablo nos habla del sacrificio de amor que hizo el Señor Jesús en Filipenses:


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:5–8)


Entonces, ¿el amor de Dios es inclusivo o exclusivo? Se preguntarán por qué pregunto algo «tan descabellado», pues porque hoy en día los cristianos nos dedicamos a reunirse entre nosotros; a contactarnos únicamente entre nosotros mismos; a hacernos cada día más puros y aceptos a los ojos Dios alejándonos cada día más de la mundanalidad de este mundo y sus vicios. Alguien dirá ¿y qué tiene eso de malo? Todo, si es que olvidamos el mandamiento prioritario del Señor: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15). 


Hermanos, mostremos el amor de Cristo, el cual es inclusivo y no exclusivo. No le demos la espalda a un pecador perdido porque no queremos «debatir» con ellos acerca de sus creencias. No podemos sentirnos bien como creyentes en Cristo sin predicar su Palabra preciosa a toda criatura; dando ejemplo, además, con nuestras vidas y mostrando a Cristo a través de toda nuestra vida, desde nuestro actuar hasta nuestro hablar.


El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1 Juan 4:8)

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