Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)
Existen productos que salen con fallas desde fábrica. A primera vista, parecieran estar en perfecto estado, pero al poco andar, muestran su naturaleza defectuosa, y ya sea que presentan problemas en su funcionamiento o, sencillamente, dejan de funcionar, revelan que no cumplen con su función. Generalmente, cuando esto ocurre, las empresas o nos devuelven el dinero, o nos presentan un reemplazo de aquel producto.
Los seres humanos, somos productos que vienen defectuosos «desde fábrica», el rey David lo manifestaba muy claramente, cuando dijo: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre» (Salmos 51:5). Sin embargo, Dios, en vez de desecharnos por venir defectuosos, debido a nuestro pecado heredado de Adán, nos compró de todas formas, y más encima nos utiliza. Hay un himno que dice:
Me asombra el amor que me ofrece el Señor Jesús.
Su gracia tan grande no puedo explicarme, yo.
Y tiemblo al saber que por mí padeció en la cruz,
Por mí, pecador vil, su sangre preciosa dio.
Coro: ¡Qué maravilla es, que él me amara así,
hasta morir por mí!
¡Qué maravilla es, él murió por mí!
Sí, somos un producto dañado por el pecado, pecado que traemos desde el vientre de nuestras madres, para colmo, poseemos un corazón engañoso, más que todas las cosas, y perverso (Jeremías 17:9). Sin embargo, Dios, a pesar de que conoce dicho corazón (Jeremías 17:10), no solo nos deja vivir, sino que nos escoge para hacernos suyos: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo» (Efesios 1:3–4).
Nunca podremos entender el porqué de esto, pues sabemos que estamos llenos de «fallas de fábrica». No obstante, ¿acaso no es motivo suficiente para que estemos agradecidos con Dios y para le alabemos en cada día? Mis hermanos, mostrémosle toda nuestra gratitud, nuestro amor, a través de oraciones llenas de adoración y cánticos de alabanza a su nombre, por lo que Él hizo por nosotros en la cruz del Calvario. ¡Alabado sea Dios por siempre!
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