Será aquel varón (Jesucristo) como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión. (Isaías 32:2)
Viajando por el campo en las cercanías de Burrington, el poeta y pastor inglés Augustus Toplady (1740–1778) fue sorprendido por una violenta tempestad. Truenos, relámpagos y trombas de agua bajaban por los acantilados haciendo el lugar particularmente inhóspito. ¿Dónde encontrar un refugio? Fue entonces cuando descubrió, en el despeñadero circundante, una gran hendidura en la roca. Sin dudar se refugió en la cueva providencial (donde actualmente se encuentra una placa conmemorativa). Sintiendo de una manera particularmente intensa el valor de ese refugio, pensó en el abrigo que todo cristiano encuentra en la obra de Jesucristo. Esta liberación inspiró las palabras del himno “Rock of Ages” (Roca de la eternidad), cuyas palabras traducimos aquí:
Roca de la eternidad, fuiste abierta para mí;
Sé mi escondedero fiel; solo encuentro paz en ti:
Eres puro manantial en el cual lavado fui.
Aunque yo aparezca fiel, y aunque llore sin cesar,
Del pecado no podré justificación lograr;
Solo en ti, teniendo fe, puedo mi perdón hallar.
Mientras deba aquí vivir, mi postrer suspiro al dar,
Cuando vaya a responder a tu augusto tribunal:
Sé mi escondedero fiel, Roca de la eternidad.
Este himno nos habla de cómo Cristo es nuestra Roca, nuestro seguro refugio no solo contra las dificultades de esta vida, sino contra la ira de Dios en contra del pecado. Por eso es que podemos decir como David: «Él solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho» (Salmo 62:2). Qué paz y confianza hallamos en aquella roca inamovible y segura que es nuestro salvador. ¡Bendito sea nuestro eterno salvador, Jesús!
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