Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. (Efesios 1:3–4)
Escuchemos a Hudson Taylor: «Cuán numerosas son las pequeñas zorras. Situaciones comprometedoras. Desobediencia a la voz de Dios. Pequeñas satisfacciones dadas a la carne. Y… ¿Cuál es el resultado? Que son sacrificados la belleza y el fruto de la viña».
Desde un punto de vista económico, una inversión se refiere a la asignación de recursos tales como dinero, tiempo y conocimiento en una actividad, con el objetivo de obtener beneficios financieros a futuro. Todo negocio, conlleva una inversión, y cada inversión que se hace está asociada a un riesgo, el cual se hace con la esperanza de recibir ganancias a corto, mediano y largo plazo.
Cuando Dios nos escogió desde la fundación del mundo para hacernos suyos (Efesios 1:4), hizo, por así decirlo, una inversión, es decir, tomó un riesgo con nosotros, esperando que diéramos fruto, pues dice: «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Isaías 53:11). Y cuando la semilla del evangelio dio fruto en nuestros corazones, se espera que demos fruto «a treinta, a sesenta, y a ciento por uno» (Marcos 4:8). Ahora, la pregunta es: ¿qué clase de inversión estamos siendo? ¿Una buena o una mala? Me refiero a que ¿estamos dando frutos para Dios?
Recordemos que fue el mismo Señor Jesús quien dijo: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden» (Juan 15:4–6).
Puede que haya zorras pequeñas en nuestras vidas, que están estropeando nuestro fruto, y no estemos siendo una «buena inversión». No obstante, Dios es paciente con nosotros, por tanto, podemos acudir a su presencia y pedir su ayuda, para que así podamos ser fructíferos en Cristo, y nuestro Señor pueda quedar satisfecho.
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