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Una morada santa



Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (1 Pedro 1:15–16)


En alguna parte oí la siguiente charla entre un eminente cristiano y uno de esos jóvenes indecisos y preguntones que abundan por estos rumbos.

—Dígame, pastor, —preguntó el joven— ¿es malo el cigarrillo?

—¿Es usted creyente?

—Yo sí; pero todavía fumo cigarrillo.

—Oiga esta historia —respondió el pastor: 


En la Segunda Guerra Mundial, un aviador salió de su base a fin de atacar en determinado sitio. Ya lejos de la tierra, notó que una rata roía las cuerdas del paracaídas. El aviador, en vez de volver a tierra, conocedor como era de la poca resistencia de las ratas a las alturas, elevó su aparato, hasta que la rata murió a consecuencia de la elevación. Así pasa con nosotros, amigo mío. Si las ratas del vicio están cortando los hilos de nuestra comunión con Dios, esto implica que volamos bajo, muy bajo, tan bajo que el ambiente es propicio para las actividades del vicio. Pero si volamos a considerable altura, como cosa muy natural, las ratas de los vicios dejarán de perjudicarnos porque estallarán a causa de la altura.


Mis hermanos, tantas veces nos olvidamos de que tenemos un llamado a la santidad, y la razón de ello es que cada uno de nosotros es la morada terrenal de Dios, sí, el Dios, tres veces santo, mora en cada uno de sus hijos. Por tanto, al ser Él santo, la morada donde reside, también ha de ser santa, esto es, nosotros. La pregunta es: ¿Somos una morada santa para Dios?


Así como en la ilustración de hoy, puede que estemos luchando contra un vicio, quizás sea un pecado «consentido» del que no queremos deshacernos porque le «tenemos mucho cariño». Si verdaderamente queremos ser santos para Dos, debemos elevarnos hasta la misma presencia de Dios, y permanecer ahí, para que aquellos sus vicios y pecados pierdan todo su poder sobre nosotros. Porque, en la medida en que nos vamos acercando más a Dios, su santidad se va manifestando más en nosotros, y es así como podemos ser una morada santa para nuestro bendito Dios.

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