Y Moisés vino, y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho. (Éxodo 24:3)
El capitán le ordenó a un soldado: —Dispara contra aquella casa blanca tras aquellos árboles de la izquierda. Un instante después no quedaba nada. El capitán vino a felicitarle, cuando lo halló llorando.
—¿Qué te sucede? —le preguntó.
—Acabo de destruir el hogar donde nací y todo lo que poseía —contestó.
—Pero… ¿Por qué no me lo decías?
—A mí no me toca discutir, mi capitán, sino obedecer.
Cuando nuestro capitán Jesús ordena algo, así debiera ser obedecido.
¡Cuántos de nosotros quisiéramos ser como aquel soldado de la ilustración! Es decir, completamente obedientes a nuestro Dios. Nuestra realidad como cristianos, en general, es un poco diferente, porque cuando tomamos un compromiso de obedecer al Señor en una área específica de nuestras vidas, lo hacemos por un tiempo y luego, poco a poco, le vamos fallando. Lo cierto es que somos más parecidos al pueblo de Israel.
Cuando Moisés fue llamado por Dios para ascender al Sinaí a recibir la ley, nos dice su Palabra que él: «tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos» (Éxodo 24:7). Sin embargo, cuando seguimos leyendo el relato bíblico, nos encontramos que el pueblo de Israel en el desierto siempre fue rebelde a los mandamientos divinos. Es más, al poco tiempo de haber dicho aquello, hicieron un becerro de oro y se pusieron a adorarlo y a decir que aquella imagen los sacó de Egipto.
Mis hermanos, creo que nos cuesta dimensionar la verdadera obediencia a Dios. Al momento de creer nos comprometimos con Dios: a vivir para Él, a obedecer su Palabra sin reclamar, y a andar en sus sendas haciendo lo que Él nos mande y no lo que nosotros queramos. ¿Es así como estamos viviendo? Porque recordemos lo que se nos dice en Eclesiastés: «Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas» (Eclesiastés 5:5).
Hermanos, pidámosle a Dios que nos ayude a vivir en verdadera obediencia a Él y a su Palabra, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesús, quien obedeció en todo a su Padre y nunca hizo su propia voluntad (Juan 6:38).
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