Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. (1 Corintios 10:31)
Como cristianos, nuestro llamado es claro: en todo lo que hagamos, debemos glorificar a Dios. No se trata solo de los actos que consideramos «espirituales» como orar, leer la Biblia o asistir a la iglesia. Este versículo nos recuerda que cada aspecto de nuestra vida—desde lo más mundano como comer y beber hasta lo más trascendental—debe ser hecho para la gloria de Dios.
Su Palabra nos dice: «Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados» (Proverbios 16:3). Por tanto, para glorificar a Dios en todo, debemos encomendarle nuestras obras. Esto implica rendir nuestra voluntad a la suya y confiar en que Él guiará nuestros caminos. Cuando nuestros planes y acciones están alineados con su voluntad, nuestra vida refleja su gloria.
También necesitamos obedecer el más grande de los mandamientos: «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas» (Marcos 12:30). El amor a Dios debe ser el motor detrás de cada acción. Porque cuando amamos a Dios con todo nuestro ser, entonces desearemos glorificarlo en todo lo que hacemos, además de desear obedecerlo (Juan 14:23). Este amor nos impulsa a vivir de manera que Él sea exaltado en cada aspecto de nuestra vida.
Mis hermanos, cada detalle de nuestra vida, es una oportunidad para glorificar a Dios. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, debemos vivir con la intención de honrarlo en todo. Que cada palabra, cada acción y cada pensamiento sean dedicados a su gloria, recordando siempre que fuimos creados para reflejar su santidad y amor al mundo. ¿Es así como estamos viviendo?
Podemos orar, diciendo: Señor, ayúdame a vivir cada día para tu gloria. Que todo lo que haga, desde las tareas más pequeñas hasta las decisiones más grandes, sea una expresión de mi amor por ti y mi deseo de exaltarte.
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