Vuélvete… dice el Señor; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo… Reconoce, pues, tu maldad… Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres el Señor nuestro Dios. (Jeremías 3:12–13, 22)
¿Hemos desobedecido al Señor? ¿Nos hemos alejado de Él? ¿Una falta pesa en nuestras conciencias? Si es así, Dios nos hace el mismo llamado que le hizo al pueblo de Israel: ¡Vuélvete a mí!
Satanás siempre busca que nos alejemos de Dios, no obstante, cuando hemos caído, volver es la única solución, sea cual sea la gravedad de la falta que me agobia. Sí, volver a Dios significa reconocer nuestros errores y juzgar su origen.
A veces pensamos que el amor de Jesús depende de nuestro amor por Él o de qué tan obediente somos, pero no es así, Dios nos ama a pesar de conocer lo pecadores que somos. Nos imaginamos que Dios está enojado contra nosotros y que debemos rescatarnos mediante nuestro arrepentimiento o por medio de obras. ¡Eso es un error! Dios nos ama, independientemente de lo que hayamos hecho. Puede estar triste por nuestra conducta, y nos va a disciplinar, pero nunca se aíra en contra de nosotros (Romanos 8.1).
Entonces, ¿qué espera Dios de nosotros cuando cometemos una falta? Primero, que reconozcamos nuestro pecado delante de Él. Segundo, que le pidamos perdón. Tercero, gozar del perdón inmerecido de Dios. Para el creyente ya no hay ira (1 Tesalonicenses 1:10), porque Cristo ya sufrió para que nosotros seamos perdonados. Podemos volver a él inmediatamente, con humildad y confianza. Él siempre nos espera. Cuanto más tiempo estemos alejados de Él, más difícil será nuestro retorno. ¿Por qué? Porque si permanecemos en ese estado, nuestra conciencia irá perdiendo su sensibilidad y nuestro corazón se endurecerá.
El objetivo de Satanás, es que pasemos a la ligera nuestras faltas, o, al contrario, nos hace creer que todo está perdido. Así logra su objetivo: que no volvamos a tener una buena relación con Dios. Pero su Palabra nos dice:
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
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