He estudiado nuestra historia como iglesia, y asimismo he estudiado teología; y lo cierto es que he vivido y pagado un alto precio por ello. A la luz de nuestra historia reciente como cristianos, no sé si seguir insistiendo entre nuestros hermanos evangélicos, porque la ambición de poder y la ubicua división de las iglesias locales, nos tiene atomizados y funcionales, esto es, voto útil de la izquierda y la derecha.
El cristianismo protestante tiene más de 100 años en Chile y todavía no logramos una obra que nos una y sea evidencia innegable de nuestro testimonio como creyentes, como sal y luz del mundo (Mateo 5:13–16).
Lo que más me duele es que no estamos ni remotamente cerca de lo que dijo el Señor Jesús como rasgo característico de los suyos: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35). ¿Dónde está ese amor del nos habló el Señor? Y ¿dónde están la fe común, la esperanza cierta y el amor que nos deberían caracterizar? Bien dice en la primera carta del apóstol Juan: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4:20–21). Precisamente es esta falta de amor por los hermanos los que nos mantienen en oscuridad sin poder ver la luz y la verdad:
El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. (1 Juan 2:9–11)
Obviamente estos temas no se cantan, tampoco se predican, ni mucho menos se viven o se actúan en la vida cristiana normal..
Debemos vivir lo que predicamos, o mejor, predicar con nuestra vida. «Que tu silencio sea fecundo, hermano(a)». Como decían los antiguos menonitas: «Hay que predicar con la espalda, es decir, con lo que dejamos en el camino mientras seguimos a Jesús»
Quisiera humildemente dejar esta interrogante a todos ustedes: ¿Cuando pasemos de esta vida, qué dejaremos tras nosotros?
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