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Y si Jesús te pidiera tu celular para revisarlo



Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me envió. (Juan 14:23–24LBLA)


Cuando era adolescente, escuché a un predicador decir: ¿qué pasaría si Cristo golpeara la puerta de casa hoy? ¿Le abrirías de inmediato lleno de gozo y alegría o tendrías que salir corriendo a esconder algo pecaminoso? Claro, en ese tiempo no había celulares, pero si modernizamos la pregunta, quedaría algo así: ¿Qué harías si Jesús golpea a tu puerta ahora mismo y te pide tu celular para revisarlo? ¿Le podrías pasar tu celular de inmediato o tendrías que borrar fotos, conversaciones, contactos, historiales de búsqueda, música, videos, aplicaciones, etc.?


Dios, no solo nos observa, sino que habita en nosotros y está con nosotros (1 Corintios 6:19). Es decir, que Él está presente cada vez que estamos pecando, cuando tenemos un pensamiento impuro, cuando decimos una palabra ociosa. Lo mismo se aplica a nuestro celular, Él conoce cada sitio web, cada mensaje enviado, cada foto tomada. Y lo que es peor, en el día del juicio saldrán a la luz todos nuestros «secretos», tal como le dijo el apóstol Pablo a los romanos: «en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio» (Romanos 2:16). 


Mis hermanos, recordemos que todos estaremos delante del trono de Dios un día; y en ese día se nos pedirán cuentas de todo lo que hayamos hecho (2 Corintios 5:10). Y en nuestros celulares, también se debe manifestar la santidad demanda por Dios, pues nos dice: «como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pedro 1:15–16).


Así que, hermanos, pidámosle a Dios que nos dé mayor sentido y peso de su presencia, que nos haga plenamente conscientes de que estamos delante de sus ojos, para caminar de manera sabía, siendo agradables a los ojos de nuestro Dios cada día.

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