Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Hebreos 2:14–15)
El reino del maligno es uno de temor, ¿por qué? Se preguntará alguien; porque el miedo hace que nos paralicemos, evita que hagamos cosas y nos mantiene cautivos. Por ejemplo, por temor evitamos pedir ayuda a otros hermanos debido a una situación que estamos viviendo, ya que eso significa que tendremos que confesar algún pecado que no hemos podido vencer; no obstante, hacer eso nos llena de pavor, pues dejará al descubierto nuestro «secreto».
Tal como dice el versículo del principio, Satanás tenía bajo servidumbre a la humanidad debido al miedo a morir; pero su reino de terror llegó a su fin cuando nuestro Señor resucitó. Nuestro enemigo, el diablo, es un carcelero cruel y solo busca robarnos la libertad que Dios nos ha dado a través de su Hijo (Juan 8:34 y 36), volviéndonos —nuevamente— esclavos del pecado.
El apóstol Juan nos dijo que Dios es amor (1 Juan 4:8) y también nos habló de la relación entre el amor y el temor: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Juan 4:18).
Entonces podemos decir, sin temor a equivocarnos, que mientras más conocemos a Dios y su Palabra, menos temor sentimos. Asimismo, mientras más entendemos sus promesas, más lejos queda el temor con el que nos puede controlar el maligno. Por lo tanto, pidámosle a Dios que nos perfeccione en amor, para echar fuera de nosotros cualquier temor que exista en nuestros corazones y mentes, para que de esta forma Satanás no tenga cómo atacarnos o ponernos tropiezos en nuestro caminar con Dios.
A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo. (Isaías 8:13)
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